Disbiosis intestinal: cómo reconocerla y abordarla

¿Qué es la disbiosis intestinal?

La disbiosis intestinal es el desequilibrio en la composición, diversidad o funciones de la microbiota intestinal. No es una enfermedad en sí misma, sino una condición que puede favorecer múltiples trastornos digestivos, metabólicos e inmunológicos.

Se caracteriza por:

  • Pérdida de diversidad microbiana.

  • Sobrecrecimiento de especies oportunistas (ej. Escherichia coli patógena, Candida albicans).

  • Disminución de bacterias beneficiosas (ej. Lactobacillus, Bifidobacterium, Faecalibacterium prausnitzii).

Estudios recientes (Lloyd-Price et al., Nature, 2016) muestran que un microbioma diverso es clave para la salud, y su alteración se asocia a enfermedades inflamatorias intestinales, obesidad, síndrome metabólico e incluso trastornos neurológicos.

¿Cómo reconocer la disbiosis?

Los síntomas más frecuentes son:

  1. Digestivos

    • Gases, distensión, estreñimiento o diarrea crónica.

    • Intolerancias alimentarias nuevas o que empeoran.

    • Sensación de digestiones pesadas.

  2. Sistémicos

    • Fatiga persistente.

    • Dolores de cabeza y migrañas.

    • Dolores articulares o musculares.

  3. Inmunológicos

    • Alergias y sensibilidades.

    • Infecciones recurrentes.

    • Inflamación de bajo grado.

  4. Neuropsicológicos

    • Ansiedad, depresión, niebla mental.

    • Alteraciones del sueño.

Evidencia: un metaanálisis (Shreiner et al., Gastroenterology, 2015) confirmó la relación entre disbiosis y enfermedades autoinmunes, síndrome de intestino irritable y depresión.

¿Cómo se diagnostica?

No existe una única prueba “estándar oro”, pero sí varias aproximaciones:

  • Test de microbiota por secuenciación (NGS, 16S rRNA o metagenómica): permite conocer diversidad y abundancia bacteriana.

  • Marcadores fecales: calprotectina, lactoferrina, elastasa pancreática, ácidos grasos de cadena corta (SCFAs).

  • Pruebas funcionales: test de aliento para SIBO (sobrecresimiento bacteriano).

El diagnóstico clínico siempre debe hacerse combinando síntomas + pruebas + historia dietética y clínica.

Abordaje nutricional y terapéutico

  1. Dieta antiinflamatoria y personalizada

    • Priorizar alimentos frescos, integrales y ricos en fibra soluble (avena, manzana, boniato).

    • Reducir ultraprocesados, azúcares simples y alcohol.

    • Adaptar según tolerancia: en casos de SIBO o disbiosis grave, puede ser necesario limitar temporalmente ciertos FODMAPs.

  2. Prebióticos

    • Fibras que nutren bacterias beneficiosas: inulina, FOS, almidón resistente, beta-glucanos.

    • Beneficio demostrado en mejorar la producción de SCFAs (Bindels et al., Gut, 2015).

  3. Probióticos específicos

    • Lactobacillus rhamnosus GG: útil en diarreas post-antibióticos.

    • Bifidobacterium longum: mejora síntomas de colon irritable y ansiedad leve.

    • Saccharomyces boulardii: eficaz frente a diarreas y disbiosis por antibióticos.

  4. Polifenoles y antioxidantes

    • Presentes en frutos rojos, cacao, té verde, aceite de oliva.

    • Modulan la microbiota e inhiben bacterias proinflamatorias.

  5. Ácidos grasos de cadena corta (butirato, propionato, acetato)

    • Se pueden estimular con fibra o suplementar en casos concretos.

    • El butirato tiene efecto antiinflamatorio sobre la mucosa intestinal (Canani et al., World J Gastroenterol, 2011).

  6. Fitoterapia

    • Extracto de orégano, berberina, ajo o neem: útiles en sobrecrecimiento bacteriano, siempre bajo supervisión.

    • Cúrcuma/curcumina: antiinflamatoria y moduladora de la microbiota.

Estilo de vida y microbiota

  • Sueño adecuado: la privación altera la diversidad bacteriana (Benedict et al., Sleep, 2012).

  • Gestión del estrés: el eje intestino-cerebro se ve directamente afectado por cortisol y neurotransmisores.

  • Ejercicio moderado: mejora la riqueza bacteriana y la producción de butirato (Clarke et al., Gut, 2014).

Conclusión

La disbiosis intestinal es un factor clave en la salud global, y reconocerla a tiempo permite abordarla con éxito mediante cambios nutricionales, probióticos dirigidos y hábitos de vida saludables. El enfoque debe ser siempre personalizado: lo que funciona en una persona puede no ser adecuado para otra.

La buena noticia es que la microbiota es plástica y resiliente, y con la estrategia adecuada puede recuperarse en pocas semanas o meses.

Anterior
Anterior

¿Suplementos? No son solo una moda

Siguiente
Siguiente

¿Qué pasa con la microbiota tras un ciclo de antibióticos?